04 julio 2007

Srebrenica III

Al llegar a casa del señor Jovic nos dimos cuenta de la gravedad de la situación. El obús que silbó sobre nuestras cabezas había destrozado la pared del dormitorio de los Jovic, ya no había ventana, ni ladrillos, ni columna, ni nada de nada. El primer piso aguantó de mala manera, el segundo estaba destrozado, la falsa y el tejado ya casi no existían. La cama del matrimonio Jovic se balanceaba sobre la nada del suelo que había sido su dormitorio, un armario colgaba a medias en la esquina y trozos de ropa y papeles volaban como suspendidos por corrientes de aire caliente que olía a quemado. Gritos y lloros nos recibieron entre el polvo de los escombros. Era la señora Jovic que estaba sentada en el suelo en la puerta de su casa, tiznada y ensangrentada, llamaba a su marido con voz tenue y lívida, ahogada, rompió a llorar de forma desconsolada.

-Ahmed, Ahmed, dónde estás. Ahmed, contesta...Ahmeeed...

Me quedé un segundo paralizado, observando a la señora Jovic, fijando mi mirada en ella. Acto seguido corrí en su ayuda hasta llegar a ella, sin soltar las garrafas de agua que cargaban mis cansados brazos.

-¡Señora Jovic, señora Jovic! Le grité. -Emina, Emina, ¿se encuentra bien? Emina, contésteme.

-Ahmed, Ahmed...cariño...

La señora Jovic lloraba mientras llamaba a su marido en el interior de la casa. Entonces, queriéndose arrastrar por el suelo, giró su cabeza y me miró mientras la sostenía por sus brazos, ayudándola a ponerse en pie.

-Ayúdame, Ivo. Ayúdame. Mi marido, Ahmed. No contesta.

-Tranquila Emina, lo sacaremos de ahí. Dijo Mirko.

-¡Vamos, Ivo, vamos!, ¡Deja ahí a la señora Jovic!, ¡Vamos!, ¡Aaaaaaaaaaahmeeeeeeeeeed!, ¡Aaaaaaaaaaaaaahmeeeeeeeeed! ¿Me oye Ahmed?

Sin pensarlo entré en la casa siguiendo a Mirko. Empecé a gritar como él, buscando al señor Jovic entre polvo y escombro. Llovían cascotes y maderos de los pisos de arriba, oscuridad en unas habitaciones y luz que deslumbraba en otras por el boquete del mortero que había destrozado la casa. Se escuchaban sirenas en el exterior y muchos gritos, voces y nervios.

-Ivo, no lo encuentro. Aquí abajo no está.

-Vale, vamos arriba, pero tenemos que tener cuidado. Aún están cayendo cascotes del tejado.

-Sí y el suelo y las paredes se pueden venir abajo en cualquier momento. Esta casa era muy vieja.

La escalera crujía en cada paso, cada peldaño parecía que iba a ser el último en aguantar. Mirko me precedía y se acercó hacia la zona dañada del segundo piso, yo miré el resto. Nada, el señor Jovic no estaba allí. Mirko gritó desde la pared derruida del dormitorio.

-¡Señora Joviiiic!, ¿seguro que Ahmed estaba en casa?

-Pues claro, hijo. Dónde iba a estar con los tchetnicks tan cerca...Respondió entre sollozos.

-Aquí no está, hay que mirar arriba.

Me dijo mientras miraba hacia la falsa. Nos apoyábamos entre los dos y las paredes, con mucho cuidado. La casa crujía a cada paso. Mirko me hizo pies y me aupó hasta la falsa, en ese momento me di cuenta que estaba cansado, el calor me hacía respirar muy rápido. Pero también me di cuenta de que estaba nervioso. Al apoyar los brazos para auparme, me temblaron.

-¿Está ahí? Ivo ¿Está? Contesta joder.

No veía nada, el contraluz me cegaba.

-¡Señor Jovic!, ¡Ahmed!, ¿Me oye, está aquí, Ahmed?

No hubo respuesta. Lo que si escuche fueron las sirenas de la ambulancia y los bomberos municipales, los gritos de los vecinos y los lloros de los niños. Lamentos que no me dejaban pensar. En ese momento lo vi. Sentado en el rincón más lejano a la explosión estaba el viejo señor Jovic. Inmóvil, callado, lleno de polvo. Me acerque todo lo rápido que pude.

-Ahmed, Ahmed, ¿está bien? Ahmed...

Pero el señor Jovic no contestaba, no decía nada.

-Ahmed, ¿se encuentra bien, está herido?

Su mirada se encontraba perdida, desenfocada, sola. No me miró. Lo incorporé medio arrastras hasta lo que quedaba del suelo de la falsa mientras Mirko lo cogía desde abajo, con cuidado, en silencio. Pudimos llegar a la calle con la ayuda de los bomberos que habían entrado en la casa.

-Vamos, chicos, vamos. Hay que salir de aquí cuanto antes.

Una vez fuera se acercaron los vecinos, corriendo hacia nosotros mientras la señora Jovic abrazaba a su marido, llorando sin cesar y llamándolo por su nombre una y otra vez, una y otra vez.


http://www.elmundo.es/elmundo/2007/04/10/internacional/1176220456.html?a=MAR7009e3610ddcbe1e5f5b81b338ed2c5c&t=1176241717













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